ISSUE 5/ Junio 2021
Abraham Wald
Laika, el sesgo de supervivencia
y los disparos positivos
por Oscar Carballo
«¿Cuál es la solución, Sr. Wald? El matemático no se
impacientó. Había detectado de inmediato que la precisa información que le ofrecían dejaba afuera una serie de datos igualmente importantes. La reunión entre Wald y los expertos navales consistió en la observación de un gráfico. Podía entenderse la silueta de un avión de guerra en planta y sobre él una constelación de puntos coloreados»
Creditos: Téxtos, Diseño e Ilustración Oscar Carballo / Buenos Aires 2021
Durante la segunda guerra mundial, el Ministerio de Defensa norteamericano se contactó con los expertos del Centro de Análisis Naval. La guerra era muy dura y las bajas materiales discutían su propio protocolo ético y comercial. Necesitaban robustecer los aviones de guerra que en definitiva eran los actores principales de la contienda. Aún con buenos resultados operacionales, muchos aparatos no regresaban. Necesitaban un consejo. Lo buscaron y encontraron un matemático.
Abraham Wald era rumano, pero había llegado a Estados Unidos a fines de la década del 30’ huyendo del nazismo desde Viena, ciudad que lo había formado en estadística y análisis secuencial. Su Teoría de la estimación lo había vinculado a la economía y en tanto aportar a la discusión de la Teoría de la decisión: La idea del valor esperado advierte sobre los múltiples resultados asociados a una probabilidad diferente, siendo la acción elegida aquella que proporcione el mayor valor esperado. Castoriadis ha discutido acerca de las paradojas, al fin subjetividades de un seleccionador: la capacidad del postulante es su propia capacidad en hacerse seleccionar.
Pero fueron los avatares de la guerra y sus circunstancias militares quienes llevaron a Wald a profundizar sobre el sesgo de selección y al fin establecer a futuro una teoría aplicada en cualquier área de desarrollo y producción: el sesgo de los sobrevivientes. La reunión entre Wald y los expertos navales consistió en la observación de un gráfico. Podía entenderse la silueta de un avión de guerra en planta y sobre él una constelación de puntos coloreados.
Para los expertos en defensa, algunos de estos modelos eran esenciales; de hecho fueron reconocidos históricamente por haber derribado miles de naves enemigas. Sin embargo los Mitsubishi A6M2 diseñados por la Armada Imperial japonesa y utilizados indistintamente por el eje Berlín-Roma-Tokio, resultaban mas versátiles debido a su excelente maniobrabilidad, su enorme poderío de fuego y su largo alcance. Esto representaba un problema que enfrentaba la industria del armamento con las cuestiones de defensa en una revisión orgánica y urgente. Los aviones de caza estaban diseñados para combate cerrado aéreo y su base operacional era eminentemente naval, en tanto embarcados, no regresaban a tierra sino al mar. En ambos bandos — y no solo en el armamento— , los aparatos terminaron evolucionando durante la guerra. El aluminio espacial y ciertas aleaciones aportaron mayor resistencia a la estructura de las naves que bajo determinadas cargas se quebraban con frecuencia generando incendios fatales en vuelo. Estas mejoras permitieron en tanto proteger los depósitos de combustible alojados en las alas. Finalmente se mejoró ostensiblemente la autonomía de vuelo mediante el desarrollo de motores mas potentes consiguiendo además una mayor resistencia-peso de despegue.
A partir de 1943 y hasta el fin de la guerra se consideraron múltiples mejoras y rediseños, pero aún así, los caza tipo Zero nipones malograrían la historia de su alta performance al no poder acceder tanto a una nueva generación de motores como al armamento renovado que la industria Aliada había incorporado para enfrentarlos: la Browning M2, ametralladora que sigue en curso en el presente. Wald escuchaba el relato pero observaba el dibujo. Quizás se tratara de un avión genérico, quizás ilustraba los valiosos Hawker Hurricane de la Royal Air Force británica; tal vez fuera un Grumman F6F Hellcat, precisamente el avión que derrotaría a los Zero japoneses relegando sus operaciones únicamente a la honra kamikaze.
Los puntos de color dispersos en el gráfico detallaban los impactos de metralla recibidos en cada misión aérea. En tanto, indicaba un ingeniero sobre el plano, revelaban las zonas de mayor probabilidad de aciertos de la artillería enemiga. La preocupación del Ministerio de Defensa Norteamericano era concreta: necesitaban desarrollar mejoras, especialmente reforzando las áreas indicadas en los puntos de impacto. Es decir, blindar la aeronave y volverla invulnerable.
¿Cuál es la solución, Sr. Wald? El matemático no se impacientó. Había detectado de inmediato que la precisa información que le ofrecían dejaba afuera una serie de datos igualmente importantes. En todo caso la imagen mostraba una nave vulnerada cuyas averías podrían haber puesto en riesgo tanto al avión como al piloto. Sin embargo el aparato había regresado a la base y esta curiosidad significaba dos cosas: la primera, que los puntos señalados como débiles solo consideraba las zonas donde había alcanzado la metralla, por lo tanto podría haber puntos vulnerables potenciales en las zonas que no presentaban impactos: el gráfico entonces, debía leerse al revés. La segunda cuestión era igualmente problemática: no se estaba contando con una muestra que pudiera determinar la causa final de los aviones caídos en el mar.
La inquietud de Wald determinó un cambio radical en la lectura y estudio de casos control, la estadística debería entonces revisar los casos testigo sin descontar aquellos que pudieran considerarse excepcionales o caprichosamente invisibilizados. El optimismo de los ingenieros espaciales solo se concentraban en una muestra: aquellas que habían superado las pruebas de selección. Desde luego Wald notó que para los ingenieros no contaban los fracasos medidos en accidentes fatales; evidencias enterradas en el mar. A esto lo llamó el sesgo del superviviente y es una variable utilizada tanto en economía y finanzas como en medicina y selección de calidad.
La obtención de información es siempre retrospectiva. Para la misma época, la contratista norteamericana Lockheed Aircraft Company diseña y construye por concurso un potente y veloz caza bombardero de ataque en picado. Su forma es muy particular: el Lockheed P-38 Lightning. El bautismo de vuelo data de 1938, pero se mantuvo activo y poderoso hasta el fin de la segunda guerra. La característica principal era su fuselaje doble. El diablo de dos colas, tal como se lo conoció por la Luftwaffe, daba la apariencia fantasmal de ser dos aviones manejados por un solo piloto. Así las cosas, además de los fuselajes unidos transversalmente en la cola laminada de aluminio y sus dos poderosos motores, una tercera nave aislada centralmente contenía el cockpit en forma de burbuja y el control del armamento — precisamente una ametralladora Browning M2— en la misma nariz del aparato.
Hacia 1941, los ingenieros de la Lockheed realizaron incontadas mejoras sobre muchos aspectos deficientes. El principal, necesitaban resolver el bloqueo que sufría el aparato en los vuelos en picado. Luego de diversas propuestas las mejoras quedaron expresadas en un instructivo pegado en el panel de instrumentos de la sofisticado cabina del P.38. El piloto Ralph Virden fue el encargado de leer y volar esas pruebas de alta velocidad.
Fueron dos vuelos, el primero, satisfactorio; en un segundo intento el aparato se estrelló fatalmente. «La oficina de diseño de Lockheed estaba naturalmente conmovida, pero lo único que pudieron hacer los ingenieros de diseño fue declarar como fallida la solución de la asistencia servomecánica para la pérdida de control en un vuelo en picado. Lockheed debía resolver este problema; el USAAC [Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos] afirmaba que se trataba de una agitación estructural, ordenando a Lockheed revisar mucho más concienzudamente la cola»
De todos modos, este bombardero terrorífico fue tan eficaz que logró finalizar con el poderío de los caza japoneses. El el 18 de abril de 1943 durante una misión secreta derribaron uno en particular: el caza Mitsubishi del almirante Isoroku Yamamoto, — el comandante e ideólogo del ataque a Pearl Harbor— , quién no sobreviviría a la emboscada y se estrellaría en una selva del pacífico.
Luego de finalizada la guerra, en 1956, el Programa Espacial Soviético bajo el gobierno de Nikita Krushev, construyó el satélite Sputnik II. Su antecesor, la Sputnik I había sido la gran precursora realizando varios vuelos subespaciales no tripulados. La nueva nave era el primer cohete espacial destinado a orbitar la tierra transportando instrumental científico diverso y fundamentalmente material biológico. Cuando la astronave despegó de suelo soviético, precisamente a las 7:22 horas del 3 de noviembre de 1957, llevaba en un compartimiento especial una suerte de extraño comandante; una perra sin nombre que bautizaron Laika, mestiza y callejera que fue observada y escogida entre cientos de postulantes.
Para los aspirantes no hubo entrevista, solo se trato de señalarlos durante sus paseos matinales por las frías calles moscovitas de octubre. La selección incluyó tres ejemplares: Albina, Mushka y Laika. Los animales no detectaron nada anormal, pero la elección los incluía en una experiencia nueva de la cual, uno de ellos no se repondría. Si bien la cápsula presurizada era una suerte de laboratorio y el animal estaba rodeado de sistemas de asistencia — su cuerpo estaba monitorizado mediante electrodos y hasta podía echarse con cierto confort— el diseño de la Sputnik II contemplaba orbitar el planeta durante algunas semanas, donde al cabo de ese tiempo, se desintegraría en el espacio.
Laika y sus amigos soportaron los rigurosos exámenes aeroespaciales diseñados por los científicos soviéticos: confinamiento, fuerzas centrífugas, conexiones invasivas, cambios de temperatura, laxantes y dietas. Quizás la comida en gel no fuera tan mala comparada con aquel entrenamiento, aunque no para todas las etapas del viaje: había veneno en forma de comida como una suerte de eutanasia programada.
En ese tiempo de carrera espacial e inmunidad científica, los investigadores soviéticos tuvieron algunos gestos finales de genuino afecto, pero por completo inútiles ya que el programa espacial había preparado el primer lanzamiento sin atender a su regreso. Vladimir Yazdovsky, el arquitecto que preparó el entrenamiento de Laika incluso entendió que quizás podía darle un respiro y que conociera a sus hijos. Antes del lanzamiento la llevó a su casa: “Quería hacer algo bueno por ella, ya que le quedaba muy poco tiempo de vida”.
Antes de Laika hubo otros 57 lanzamientos de perros al espacio sub orbital. Todos mediante misiles y a una distancia que no superaba los doscientos kilómetros. Luego se enviarían muchos más para completar la técnica que demandaba progresar en el lanzamiento humano al espacio. El programa de la Sputnik II consideraba la recolección de datos y comportamientos de los seres vivos en el espacio. Laika tuvo el trágico honor de convertirse en la primera perra espacial y sucumbir expuesta a las infernales temperaturas dentro del corsé de acero que la controlaba. Mas allá de las innumerables versiones, los documentos gubernamentales y los informes de prensa solo retrasaron la realidad a la opinión pública. De una u otra forma Laika no sobreviviría a las consecuencias de la experiencia. La versión mas firme da cuenta de un fallo en el sistema térmico que sólo le permitió comer su gel espacial para luego sufrir hasta morir, unas pocas horas después de haberla lanzado al espacio.
Aún cuando las misiones fracasaban a menudo, el presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower prestó atención a los eventos de su vecino lejano: los innumerables aciertos y los inevitables errores. Los soviéticos estaban enviando seres vivos al espacio y las tragedias no eran otra cosa que uno de los caminos posibles para avanzar en la conquista del cosmos. Había llegado la hora de moverse con rapidez. En el horizonte cercano, el punto mas importante era la obligación de robustecer los programas espaciales puestos en marcha hasta el momento. De inmediato la agencia espacial norteamericana promovió la creación de la NASA.
En enero de 1958 los Estados Unidos enviaron su primer vuelo espacial, el Explorer I. En la actualidad, luego de diversas refundaciones, la contratista estadounidense Lockheed Martin mantiene el poderío y el linaje de la otrora Lockheed Aircraft Company desde su histórica fundación en 1910. Hoy abastece al mundo de misiles, radares y diversa tecnología espacial. En 2009 el 74 % de los ingresos de la compañía provinieron de ventas de material militar. En 2016 obtuvieron ventas por US$47.248 millones. La Lockheed Martin es además proveedora de insumos y tecnología aeroespacial para los mas grandes contratistas de Defensa del mundo.
Oscar Carballo, Buenos Aires, Junio 2021