ISSUE 25/ Junio 2022
Albert Camus
preciosa indiferencia
la conciencia finita del extranjero
por Oscar Carballo
Al morir, Albert Camus se desprendió de sus muertos indiferentes, los mismos que convivían con sus textos claros y hermeticos; errátcos de emoción. Quién manejaba esa tarde en la ruta a Villeblerin, no era Gallimard sino Mersault. Suponía una charla pendiente que quedó trunca y la continuación de una cantidad de textos que al fin quedaron incompletos de palabras, pero llenos de discusión. «Un rebelde es un hombre que dice no»
Creditos: Téxtos, Diseño e Ilustración Oscar Carballo / Buenos Aires 2022
Al morir, Albert Camus se desprendió de sus muertos indiferentes, los mismos que convivieron con sus textos políticos y valientes; con sus ficciones pobladas de hermética indignación acerca del destino humano. Acaso el paisaje de la Borgoña haya sido tan monótono como distractor. Decía de Argel, su ciudad natal, «que el sentido trágico del Mediterráneo era solar, distinto del de las brumas», un sitio donde los griegos llegaron a sentir desesperación a propósito de esa belleza hipnótica.Una deriva que al fin es derrotero de Dios: «En esa dorada infelicidad comienza la tragedia» escribió Camus en El Verano, un texto de 1947.
Quizá quién manejaba esa tarde del 4 de enero de 1960 en la ruta a Villeblerin, no era Gallimard sino Mersault, el extranjero. El paisaje rutero era sustancialmente bucólico.El auto, un Facel-Vega FV3B, modelo ‘57 era un vehículo de elite fabricado por una subsidiaria de la Industria Aeronáutica Francesa. Una suerte de máquina infernal cuya sofisticación le permitía correr a más de 200 km por hora mediante la excelencia de su motor, el Chrysler Typhoon V8. Picasso tuvo uno, James Dean también. Isadora Duncan, quién murió en un accidente fatal de automóvil, otro; Lo desearon y pasearon varios príncipes y Presidentes. El viaje por la Borgoña francesa suponía una charla pendiente del escritor con su editor que quedó trunca; y entre los hierros retorcidos del auto encontraron El primer hombre, vale decir, la permanencia de un texto, incompleto de palabras, pero lleno de discusión: «Un rebelde es un hombre que dice No»
Camus quería tomar el tren y así convenció a su mujer y a sus hijos gemelos guardando en el bolsillo de su saco su propio pasaje que cambió a regañadientes por la invitación de Gallimard. No iban solos. Viajaba la familia del editor y además llevaban un perro que desapareció tras el accidente. Camus murió en el acto; Michel Gallimard una semana después. La familia se salvó. El Facel-Vega se partió en varios pedazos como si lo hubieran aserrado. Nadie pudo reconstruir con precisión forense el accidente salvo que el auto salió despedido de la ruta tras el reventón de un neumático; paradójicamente en un trayecto infinito y recto, para derrapar incontrolable contra un árbol.
Para Camus, que ya había recibido el premio Nobel de Literatura la justicia era una cuestión tan central como lo literario. Consideraba que Europa, en su afán de querer igualar y controlar los aspectos del derecho en forma global, había perdido la posibilidad de entender la noción de límite que los griegos habían fundado en su escuela de pensamiento. «Hija de lo desmedido», Europa, en su empecinamiento sobre impulsar la «conquista de la totalidad» solo había conseguido hundirla inexorablemente. Acerca de esa idea incompleta sobre lo justo Camus, una vez mas, citará el concepto de Némesis, el equilibrio y la indignación de los Dioses: «Todos aquellos que transponen el límite son implacablemente castigados por ella»
La pista rectora del pensamiento de Camus puede entenderse desde la mitología griega. Hay por lo menos dos mitos en su interés, dos ideas que son complementarias y orgánicas a un mismo fin. La suerte de Prometeo, de quién escribe a propósito de su relación con la rebeldía, el romanticismo y la heroicidad. En tal sentido recordemos el título de la famosa novela de Mary Shelley: «Frankenstein o el moderno Prometeo» Pero el mito sitúa el origen del castigo naturalmente en Zeus, quién lo pena por una desobediencia particular: robar el fuego de los Dioses y entregárselo a los hombres. Por tanto es encadenado en la montaña para que un águila le devore el hígado a su antojo. En tanto inmortal, el hígado de Prometeo crece cada día y en consecuencia, el águila vuelve a devorarlo una y otra vez. Aún cuando el mito puede interpretarse de modos diversos, y aún encontrar una relación directa entre el fuego robado y la necesidad de los artistas de conservarlo, la rebeldía, es el factor que Camus entiende como un ciclo de valentía tan necesaria como indetenible.
Sobre Sísifo, se interesa en la condena absurda de trasladar una piedra cuesta arriba de una montaña, y al rodar cuesta abajo, volverla a subir infinitamente. Sísifo es referido por Homero por su condición de astucia frente a la mentira pero también por el robo vil y el asesinato vulgar. Para Camus significó la absurda realidad de la existencia humana y la carga inexorable y perpetua sobre sus errores. Cuando cita a Heráclito lo hace sobre la justicia y los límites del Universo físico: «Ni siquiera el sol puede traspasar sus límites, […] hoy nuestras miserables tragedias exhalan olor a oficina y la sangre, es color de tinta»
Camus se enfrenta a declarar la noción de límite como una necesidad de salvaguarda: siendo la voluntad el límite de la razón, Europa se desentiende de los valores y repleta de mesianismo, impone su ideología a cañonazos. Camus reniega de Hegel y la relación entre la dialéctica de la razón individual y la razón de los hechos, histórica y final. Cuando Hegel sostiene que la ciudad contemporánea es el ámbito capaz de crear del hombre conciencia de sí mismo, Camus lo interpela: ¿Perdiendo la naturaleza, el mar, la meditación, los atardeceres? Su protesta es clara, la conciencia está en las calles, que es el lugar de la historia que se ha impuesto ignorando tanto el mundo visible y natural, como eludiendo la excursión consciente de la humanidad en su belleza. La filosofía contemporánea parece «el topo que medita» dice Camus. «Muerto Dios ya no queda sino la historia y el poder»
Al fin, el resultado no es otro que quitar la armonía antigua de la contemplación a cambio de la implacable razón y el impulso desordenado del azar. Camus abandona el Partido comunista en 1939.En una carta a Manuel D’Astiere de la Vigerie, periodista y miembro de la Resistencia Francesa, Camus polemiza acerca de los marxistas contemporáneos: dice que aún para mitad del siglo XX siguen pensando orgullosamente que pueden dominar el mundo sujetándolo desde la convicción de una justicia futura. Lo interpela observando que lamentablemente los datos objetivos cambiaron con la historia: «Marx amaba a los hombres vivientes, no a los de duodécima generación, a los que le es a usted mas fácil amar puesto que no están aquí para decir cual es la clase de amor que no quieren»
El hedor medieval de Argel lo conmueve. Camus no puede dejar de ser objetivo al hablar de su lugar natal, una ciudad que conoce, ama y entiende sin dificultades. Conoce las burlas y el folclore entre los habitantes de Argel y los de Orán, pero también el orgullo expresado en superioridad cuando al respecto de hospitalidad se la compara con la Francia metropolitana. Entonces no deja de recomendar los paseos citadinos en el puerto, los almuerzos en el mar y las pescaderías, la música árabe en los cafés de la Lyre, nombres que ya no recuerda en función de otra memoria: la persistencia y la sensualidad de sus melodías, los cementerios, «innobles ciudades donde remitimos a nuestros muertos» y poder recordar en la potente Kasbah, –la ciudad fortaleza islámica–, el humo del cigarrillo que apaga la fetidez de los enfermos que conviven cotidianamente en los paseos.
En Pequeña guía para ciudades sin pasado, refiere una inconsistencia que puede definirse como crítica y vincula el paisaje con la voluntad y el esfuerzo. El verano de Constantina a causa de su situación geográfica, consiste en un delicado tedio. Allí están las playas, la belleza resplandeciente de la juventud, el verano ardiente, los cuerpos animados de fiesta. Camus le presenta al viajero ocasional una reflexión singular acerca de la gente y el lugar: «el sol les confiere los ojos soñolientos de gigantescos animales. A este respecto, las playas de Orán (una aldea cuya población es eminentemente negra) son las mas hermosas ya que la naturaleza y las mujeres son mas salvajes»
Camus no solo recuerda los veranos. De los inviernos en Argel hay un episodio sensible que sucede una sola vez por año: los almendros del Valle de los Consuls quedan cubiertos de flores blancas durante una sola noche fría del mes de febrero. «Una nieve frágil que resistía todas las lluvias y vientos del mar. A pesar de todo, cada año perduraría el tiempo necesario para que se preparara el fruto»
Esa contemplación no trata de algo simbólico, sino de la valoración concreta de una fuerza aún viva y liberada del feroz artificio humano, el mismo que durante sus estadías en Paris no encuentra. Eso lo abruma tanto como las tragedias que las sociedades conscientemente se empeñan en construir. ¿Cómo conseguir en un mundo desgarrado e injusto aliviar la angustia humana? Camus se enfrenta al existencialismo, aún cuando sus textos pudieran articularse en ese nodo filosófico. Para salvar lo espiritual no habría que hacer otra cosa que «ignorar sus virtudes sufrientes» En 1940, Camus aún se alinea con el pensamiento de Nietzche: Para combatir el «espíritu de torpeza» la virtud primordial radica en la fuerza del carácter, y eventualmente en el gusto; «la fría frugalidad del sabio».
Camus persiste en sus ideas.En un artículo escrito para el periódico Combat en el año 1946, –El siglo del miedo–, se refiere acerca de las características de la historia en relación a las ciencias: para Camus, el siglo XX fue el siglo del miedo, y si bien aclara que no se trata de un error, ya que no es una ciencia, puede leerse asimismo como una técnica: el hombre está condenado sin porvenir ni maduración. Advierte sobre el peligro en la persistencia de las ideologías y la obcecación de sus dirigentes frente a la lectura morosa de sus errores: «Toda idea falsa termina en la sangre, pero no se trata siempre de la sangre ajena»
Camus observa la inmensidad africana que abre su horizonte al desierto infinito. El escritor conoce su espacio natal. Probablemente también el camino a las ciudades sagradas que aún mantienen su configuración urbana, su arbitrariedad religiosa implacable y los colores vividos de su arquitectura que alejan las moscas y les ofrecen reparo. La curiosidad de los episodios policiales detienen a Camus en la Orán de su infancia. Probablemente, aunque pudo rastrear la historia en cualquier sitio; también en Argel, de esas circunstancias se nutre para escribir El Extranjero. En tanto, previamente escribe como un periodista, como un antropólogo.
El Central Sporting Club ofrece veladas de boxeo para auténticos aficionados: una lucha a puro corazón y sangre en la ciudad de Orán. El ring es un espacio descuidado en un estacionamiento. La esperanza es mas fuerte que la virtud pugilística y los contendientes, tenaces y ásperos guerreros harán valer su cultura destrozándose con urgencia y pobre técnica. Las peleas son a sangre, y oraneses y argelinos aprovechan para injuriarse en el terreno del deporte y las estadísticas. En algunos casos las contiendas incluyen algún oficial de la marina francesa. Finalmente, luego de las contiendas divididas en apoyos multitudinarios y exaltados puede verse un gesto fraternal en los oponentes: se besan; no son salvajes.
Pero la fatiga y el tedio aportan para Camus una cualidad peligrosa. El paisaje no solo puede conmover. Luego del éxtasis se debe considerar una interrupción, una pausa que indique que el tiempo de fascinación tiene un límite suficiente y que pasará un buen rato hasta volver a necesitar ese deseo nuevamente. «Ya no basta contemplar. Necesito estar desnudo y hundirme luego en el mar» Camus describe la ciudad de Tipasa y postula la exaltación del deseo como una verdad irrealizable; una conciencia sobre el amor, la realidad poderosa del mar y el abandono de los cuerpos al sol: una realidad múltiple que modifica la dimensión humana. Dice así: «Nadar: sacar del mar los brazos barnizados de agua para que se doren al sol y sumirlos de nuevo en una torsión de todos los músculos el curso de agua sobre mi cuerpo, –esa tumultuosa posesión de la onda por mis piernas– y la ausencia de horizonte»
Pero el amor se vuelve primario en ese marco: «Aquí comprendo lo que llaman gloria, el derecho a amar sin medida. Sólo hay un amor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí, esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar»
Precisamente el mar, el sol, la mujer, los cuerpos, la amistad, la valentía, la indiferencia y la muerte serán la línea de la historia que Camus escribe en 1942 para su novela capital: El extranjero. Con un lenguaje austero y preciso, Camus retrata una historia prescindiendo tanto de su argumentación como de los sentimientos que llevan a su protagonista a cometer un crimen. Mersault mata quizás frente a la abulia del paisaje y la persistencia del sol. Pero también se involucra en el crimen por su indiferencia sobre la amistad y el cansancio cotidiano. Mersault comete un crimen que no llega a comprender salvo desde la idea irreductible de destino. La existencia después de todo no deja de ser absurda y fortuita. Mersault se cuestiona: «Los periódicos hablan a menudo de una deuda para con la sociedad que, según ellos, es necesario pagar» y se alarma. Trata de concentrarse en una posibilidad aunque efímera de escape para luego reflexionar que «esa esperanza quedaría reducida a un balazo en la esquina de una calle, en plena carrera» Para Camus, en todo caso la muerte se manifiesta como un privilegio frente a la existencia ya que en un marco de naturaleza opaca y monótona no habrá razón, sino simples elecciones indiferentes. Esta libertad original terminará con la vida misma de Mersault durante un juicio oral donde no solo no colaborará en su propia defensa sino que sus manifestaciones erráticas crearán una suerte de razón final que determinará su ejecución en un patíbulo.
Durante 1943, Camus dirige el periódico Combat mientras se desempeña en la prestigiosa editorial Gallimard como lector y asesor de textos. El final de El Extranjero coincidirá en parte con un episodio histórico: cuatro años antes de su accidente fatal, Camus buscará conciliar su posición encontrada con el Movimiento Independentista de Argelia que en ese momento libra una dura lucha con el ejercito francés de ocupación. Los derechos civiles de su pueblo de origen, de su lengua natal, están por completo humillados. Aún intentando poner fin mediante una proclama pública en orden a una tregua urgente, el pueblo argelino lo injuria sin piedad y a los gritos, desconociendo su voz y rechazándola como francesa. Gritos desmesurados en su contra en torno a una justicia que no tendrá fin sino con mas derramamiento de sangre y dolor. Así concluye paradójicamente su novela El Extranjero: «Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio»
Oscar Carballo, Mar de la China, Junio de 2022.